Esta (que se ve en la imagen) es una de las puertas que conducen al Relais Chateau y Restaurante Atrio. Sí, en pleno Cáceres medieval, además de las que dan paso a torres, palacios, mansiones, aljibes, jardines y otros monumentos, también se abren próximas puertas.
Muchos de vosotros conoceréis ya a Toño Pérez, el reputado Chef de este templo gastronómico y seguramente seáis mejores críticos culinarios que la que escribe. No pretendo haceros ninguna recomendación “Michelín”, sino solo compartir una faceta menos conocida, que no menos suprema, de este lugar: llevar la ecología exquisita de sus propuestas gourmet al trato con sus clientes.
Ocurrió en 2021. El año siguiente a la pandemia, concretamente en la celebración de S. Fernando. Mi marido y yo teníamos muchas ganas de saborear el día de su onomástica paseando por el casco antiguo de esta hermosa ciudad y disfrutar a la caída de la tarde de la cena que con tanto gusto y antelación habíamos reservado en tan afamado lugar. Sin embargo, la celebración no resultó como habíamos planeado.
A la acompañante del homenajeado la puerta del estómago se le cerró de golpe. Una fuerte jaqueca acabó de un portazo con el paladeo del menú, aunque no del mantel y mesa en tan conseguido escenario. Pese a no sentirse bien, no quiso hurtar al protagonista de la escapada del esperado festín en este otro centro cultural de Cáceres. Estiramos la servilleta, levantamos la copa y comenzamos el baile.
Lamentablemente, y a pesar de mis bienintencionados esfuerzos, aquella noche mi cabeza no estaba para burbujas y tampoco para rendirse a las tentaciones de tan suculenta degustación. No me quedó otra que avisar para que, sin perjuicio de hacernos cargo de la inconveniencia imprevista, suspendieran mi comanda.
A partir de ese momento y durante toda la cena, el personal del Atrio no nos atendió, veló por nosotros con un cariño inusitado hasta el mismo instante final en que nos despedimos. De manera magistral consiguieron que la experiencia no se viera oscurecida por nubarrón alguno, ni siquiera por el que acechaba con truenos y relámpagos en el interior de mi cabeza. Esta respuesta por parte del restaurante enmarcó la resolución ecológica de la delicada situación.
Con razón pensaréis que este tipo de escena imprevista es tan común como consustancial a cualquier día a día. Lo extraordinario, y creo que también estaréis de acuerdo, es que no solemos salir de ellas muy ecológicamente. Os cuento cómo lo hicieron en Atrio.
A pocos minutos de cumplirse el toque de queda (aún andábamos como “Cenicientas” que soñaban con el príncipe azul de un tiempo libre de pandemia y restricciones), descubrimos con sorpresa cómo la barita mágica del hado Toño había hecho desaparecer de la cuenta el segundo cubierto y que, a pesar de quedar desparejada la reserva y perder yo mi maravillosa “cena de cristal”, salimos de allí acompañados por el rey que nos había invitado a aquel fabuloso baile de sabores. La resolución ecológica evitó que nuestra carroza se convirtiera en calabaza y nuestro recuerdo de la celebración en harapos. Llegamos al hotel contentos y decididos a recuperar pronto aquella prenda de cristal que me dejé perdida allí aquella noche.
El Atrio resolvió la comprometida situación de manera ecológica, o como explico en el método de La Próxima Puerta para resolver conflictos, teniendo a la vista no solo las personas, ocasión y momento presentes, sino también otras implicaciones, respecto a más personas, situaciones y momentos futuros. Sopesó el quebranto de una cancelación sin preaviso, el perfil personal de los implicados, las circunstancias concurrentes y su impacto en la relación/satisfacción a largo plazo y optó por la mejor salida, la más ecológica, en este caso, a través de la colaboración.
Decidió dejar de facturar el importe económico de uno de los dos menús no solo no bajando la guardia del servicio, sino extremándola, para ganar mucho más: consolidar credibilidad en la experiencia que ofrecen, garantizar una satisfacción integral del cliente y alimentar no solo estómagos, sino un prestigio que es ya un mito.
Lo contamos en su día en nuestro ecosistema familiar y social, pero sinceramente creo que merece la pena hacerlo llegar todavía más allá, por su talento y por su generosidad. Solo espero que en vuestro caso ni imprevistos no deseados, ni las campanadas de las doce de la noche os impida celebrar plenamente la velada, y, por supuesto, que ni Toño ni vosotros perdáis ningún “zapato de cristal” durante la gala.